Y aquí estamos de nuevo, como
siempre, al medio de todo cuando está quedando la zorra. Ahora es Calbuco,
explotó el volcán y quedó la cagá, casi 70.000 evacuados, la ONEMI le pone
alerta roja y en cualquier minuto esa wea se convierte en Río de Janeiro en
pleno año nuevo. ¿No querían fiesta? Toma. La presidenta sube al avión de la
fuerza aérea con su mochilita al hombro, sola, así como resignada, como si se
preguntara ¿Y ahora qué chucha, por qué no explotan todos los volcanes al mismo
tiempo o empieza el gran terremoto grado 10 que termine con toda esta wea? Que
empiece el rock’n roll, total, estamos acostumbradísimos. Nada puede ser a
medias tintas, sólo nosotros, como cultura penca que somos. Para todo el resto,
use Mastercard, porque toda la wea es en extremo, sin puntos medios, si queda
la cagá, es siempre la mansa cagá.
Acaban de estrenar también recién
en el cine la película de Karadima, el cura que se tiraba a todos los pendejos.
Salían todos del confesionario con el ojete como la bandera de Japón, y el weón
tan ancho. A ver ahora qué wea dice la Iglesia, que la gente quiere puro entrar
a las capillas a agarrar a esos weones y prenderles fuego en la Plaza de Armas.
Se pasaron. Los weones sudan frío. Lo mismo con eso del celibato se rayan y se
vuelven enfermos de calientes, porque qué mal matarse a pajas toda una vida…
valor. Ojalá y la peli se gane todos los premios, el Oscar, el Goya, y cuanta
wea exista, a ver si nos sube un poco el amor propio que ya lo tenemos por el
suelo. Encima se acerca el invierno y la ciudad cambia. El cielo es gris, no se
puede respirar de la contaminación, el frío es tal que faltan los puros osos
polares weviando en la calle, si total, estamos en el culo del mundo, con la
Antártica un poco más abajo no más, y se acabó la wea, no hay nada más, se
acabó la tierra. Todos con cara de pico, todos vestidos de negro y de gris,
debajo de paragüas con la lluvia que parecen piedrazos y… espérense nomás, una
semana entera lloviendo sin parar y va a quedar, como cada año desde que tengo
uso de razón, la mansa cagá. ¡Qué va! Tres horitas lloviendo fuerte y ya va a
estar la zorra, con autos flotando debajo de puentes, las viejas cruzando veredas
en carritos y olor a cartón y perro mojado por todas partes. Qué asco, de
verdad. Y vuelta a la ONEMI, porque alguna cagada grande va a quedar, y no lo
digo por ser pesimista, sino por ser totalmente consciente de que todos los
sistemas para evitar esta clase de problemas, están hechos como el pico, como
buenos sudacas que somos. Todo pésimo. Y a la mañana siguiente seguro ahí
estará la Tonta, perdón, la Tonka, hablando puras weas y haciendo contacto con
los móviles con puras viejas llorando por la tragedia y el drama de perder su
casa, se la llevó el río porque se salió y dejó la zorra y se llevó toda la wea…
si es que parece que estuviera todo hecho a propósito, porque es siempre la misma
historia, hasta las caras de las viejas, parecen todas iguales. Y vamos yendo a
dejar comida y agua al Hogar de Cristo o afuera del canal de TV para los del
norte, los del sur, los de acá y también los del más allá. ¿Qué horror, no le
parece? Atroz. ¿Y los empresarios? Ningún weón los vio. Siempre desaparecen
esos cabrones como por arte de magia. Seguro que están en alguna playa caribeña
remota piña colada en mano mientras aquí los perros callejeros sin pelo surfean
Alameda abajo arriba del latón.
¿Y la plata? Se la roban,
obviamente. CORRUPCIÓN. ¿Le suena? Por aquí no sonaba mucho, como que nos
parecía rara. Era normal en Brasil, en Argentina, en Paraguay, en el resto del
continente, o en África, pero aquí no. Las pelotas. Son igual o más ladrones
que los otros weones. El hijo de la presidenta, guatón culiado ladrón. Y los de
Soquimich, y los de Penta… weones ladrones. Habría que encerrar a todos esos
sinvergüenzas de por vida, una wea ejemplar, pero siguen sueltos, y eso da la
sensación a todos nosotros que no existe la equidad, de que el weón con billete
hace la wea que quiere y sale tan ancho. ¿Y por qué las autoridades no encierran
ni los castigan ejemplarmente? Porque están comprados, o con favores, o con
plata, o con amenazas. ¿Y sabe Usted cómo se llama eso? Esa wea se llama
CORRUPCIÓN, a secas. Llana y limpia
corrupción. Y después desde la UDI al PS se preguntan con cara de giles por qué
existe una falta de credibilidad tan grande hacia las instituciones y la
política… weones cara de raja.
Hoy se publicó un artículo en el diario español EL PAÍS
sobre Chile de John Carlin. En una parte habla del Costanera Center. Escribe “Como
símbolo de la desigualdad, de los abusos del poder, de las expectativas
frustradas y demás malestares que afligen al mundo occidental la Gran Torre
Santiago, el edificio más alto de América Latina, funciona bien. Monumento al
amor propio no solo del segundo hombre más rico de Chile, sino de todo un país,
se empezó a construir en 2006 sin los permisos adecuados y la obra se paralizó
durante dos años tras la crisis económica de 2008, dejando a 5.000 trabajadores
en el paro. Se completó por fin en 2012 y desde entonces los 60 pisos del gran
tótem de cristal, más agresivamente visible que la Cordillera de los Andes
desde las llanas avenidas de la capital, permanecen vacíos. Para los chilenos,
o al menos los de la clase media para arriba, la torre ejemplifica el hueco que
ha reemplazado sus sueños de próspera modernidad. Se habían deleitado durante
años con la noción de que eran moralmente superiores al resto de los latinoamericanos.
Les gustaba llamarse “los ingleses del continente” y compararse favorablemente
con los caóticos vecinos argentinos. Se jactaban del “milagro chileno”, de un
crecimiento económico espectacular desde la caída de Augusto Pinochet en 1990. Hoy la Gran Torre les sirve como reproche a un exceso
de esperanza y vanidad. Reina la decepción, la desconfianza en el sistema
político, la indignación con los ricos. La sensación que uno tiene mientras
conversa en Santiago con académicos, periodistas y analistas profesionales
varios es como cuando conversa con gente en Europa, de ilusiones perdidas.
“Esperábamos más”, repiten. En Chile, como en tantos otros países, reina
la indecisión; nadie tiene la poción mágica. Vivimos una época en la que somos
más conscientes que anteriores generaciones de la falibilidad humana, hay menos
optimismo y los vendedores de esperanza cuando llegan a gobernar acaban
convirtiéndose en Hamlet, y encuentran que viven en una torre de cristal.”
Y es tan cierto, como ir caminando por Provi y ver ese falo inmenso, horrendo,
y tratar de sacarse las ganas de prenderle fuego a esa wea, entera. Así
estamos. Ojalá y hagan erupción luego los volcanes, todos de una vez y nos vayamos
todos a la chucha, por pencas, total… No somos nada.
Por Magdalena Goyenechea
Por Magdalena Goyenechea
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